Sobre Manuelita
Todo tiene remedio, excepto la muerte.
Fuiste una adelantada en tu tiempo, te graduaste de tantas cosas. Estudiabas en la mañana y en la tarde, fuiste secretaria taquígrafa, contadora, modista, auxiliar de enfermería y en todo, fuiste la mejor. Buena basquetbolista, te decían “La Muralla” y ahí conociste a Rafael, tu esposo, también deportista y abanderado de su colegio, como tú. Hicieron una hermosa pareja y no dudaste en cambiar tu residencia de Cuenca a Quito para que Rafael siguiera su universidad. Siempre aspiraste alto, nunca te conformaste con la mediocridad, eso para ti no existía. Fuiste perfeccionista y querías que tus hijos llegaran lejos; pero sobre todo, que fueran felices.
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Tuviste la magia de sentar a toda la familia en la mesa, aún cuando tus hijos llegaban con sus amigos o amigas a tomar el café de la tarde, en leche y con pan. No importaba cuántos eran, siempre te alcanzaba, lo importante para ti era verlos juntos y jugar felices el ludo o lo que se les ocurría.
Cuando la familia creció, los recibiste en tu adorada quinta, en Chillogallo, todos los domingos del año, Navidades, fanesca, colada morada, cumpleaños, cualquier pretexto era bueno. Desplegabas tus energías y derrochabas tu amor por servir la comida, sencilla, campestre, pero siempre rica, costumbre que le mantuviste en tu casita en Quito hasta que las fuerzas te alcanzaron.
