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El Tesoro de la Esquina

La propiedad en la esquina era mía mismo. Que correspondía... eran tres lotes: éste, el más grande; el

otro esquinero; y el otro esquinero de allá era mi propiedad, pero él (mi marido) agarró y vendió escondido de mí. Hasta cierto tiempo, pudo esconder que había vendido, porque tenía yo que firmar y legalizar la venta. Y lo peor que hizo es, siendo amigo el Miguel Cordero y la mujer..., no me avisa, no me avisa, sino ya querían ellos construir la..


Lógicamente, lo de la esquina era un bosque, pero sólo de retoños. Y la gente tenía miedo porque decía

que los ladrones se meten allí, en ese bosque, y les asaltan. Y vienen acá y me dicen:


Vea, señora Manuelita, -dice- yo le quiero pedir de favor, ¿por qué no hace leña eso, y así evita que los ladrones nos ataquen? - Bueno -le dije yo- un día me voy a dedicar.


Conseguí un señor que sabía trabajar en la leña. Hice leña todo eso y después me quedó el terreno horrible, pues, porque lo que me quedó eran unos troncos. Era sembrado de troncos, porque era bosque, pues ¿no?, y se veía horrible y yo digo:


-¿Y Ahora, qué haremos con este terreno? No sirve para nada -decía pues, yo-. Cuando esto terminó un sábado. Y un domingo me viene un señor y me dice:


-Señora, sé que usted es dueña del terreno de la esquina. Véndame los troncos. ¡Ay! sentí yo un alivio:

- Bueno -digo- ¿y cuánto me da? En ese tiempo, me dice: -Le doy dos mil. -Le digo yo- Diez mil sucres me están dando, diez mil, y no les doy. Sí señor, si los troncos son enormes, son viejísimos. Me dice: bueno, le doy, le compro. Le doy lo que le están dando. ¡Qué alivio! Yo tenía un lote de gallinas que ya mismo me ponían, y ya no tenía yo qué darles de comer, pus, porque ya se me terminaba mi presupuesto, y me sirvió para salir con el lote de las joyas, eso. O sea que salí con las justas. Yo decía: esto es un milagro de Dios.


Así es que comienzan a trabajar. El terreno, mi hija, quedó con unos huecos. Yo entraba y... y estaban los huecos arriba. Bueno, ya toda la semana trabajaron y con maquinaria, sacaron. Habían sido unas raíces más grandes que los árboles que estaban parados. Eran las raíces que estaban profundas en la tierra. Pero así, una cosa tremenda, las raíces de los eucaliptos.


Bueno, en una semana, con hartísima gente... habían sido esos que venden la leña para quemar la cal. Me compraron eso, y me quedan el día sábado, dos troncos en la mitad del terreno. Lógico que no eran muy grandes. Dos troncos, y podridos. Yo les digo: No sean malos, denme sacando, que qué me va a quedar el terreno con este, con este lunar -les digo -. Saquen, no sean malos. -No señora -. Les rogué, y no. Se fueron

dejándome. - Si usted ya ve que está de todos los lados fácil sacar los troncos que quedó-. Yo me quedé con

pena porque --dije- el terreno está lindo. Era de ver la cantidad de tierra, pues, de lo que sacaron las raíces.


Bueno, viene el Pancho de aquí, mi vecino, y me dice: -Patrona, sembremos, al partido, papas en el terreno. Esto -dice- es una maravilla. Era polvo, pues. Yo -dice- en una semana le dejo como mesa de billar. Así, le dejo una belleza. Sembremos papas. ¿Y cuántos quintales entrarán aquí? -Dice- Veinte, patrona. Nos vamos el sábado de madrugada a venir comprando las papas y le pongo al filo de la puerta.


Compramos las papas, compramos el abono. Todo listo para sembrar. Hubiéramos sembrado el sábado, pero como estaban allí los troncos, dice -Vea, mis hijos vienen, patrona, la otra semana del monte y ellos tienen con qué sacar el tronco. Le dije -Bueno, el lunes sacamos los troncos y sembramos las papas.


Cuando el domingo, mi marido me dice: mándale a llamar al Francisco. Le digo -bueno-. Pero yo no sabía que era al que íbamos a sembrar las papas. Le manda a llamar y le dice: ¿Cuánto te debo por tu trabajo? Que no sé qué. Que el terreno ya estaba vendido. O sea, por eso es que no quería que yo siembre, pues, porque ya ha estado vendido el terreno. Bueno. Allá fue grande la bronca. Tremenda, pues.


De todas maneras esos troncos esos troncos que quedaron en la mitad. Don Miguel Cordero le dice a un

trabajador que le dé sacando los troncos. Va a sacar los troncos y se va la barra para adentro y le dice:

-Patrón Miguel, no le podemos sacar los troncos porque se fue la barra para adentro-. Entonces, él, ni corto ni perezoso, le dice -bueno, hijo, no te preocupes. Deja ya. Mañana hemos de sacar. Anda, nomás descansa.


Él, de noche, con el cuñado, van a cavar y se encuentran dos pondos de más de un metro de alto, angostos, dos de esos. Y en el uno habían estado figuras incaicas; y en el otro: ¡puro esterlinas, puro esterlinas!


El era joyero y me cuenta y me dice: -Doña Manuela -dice- ni sabe, en su terreno, me encuentro. Me enseñó unas figuras incaicas. De entre las figuras incaicas, una de ellas era culebra, pero tenía... la culebra era de barro, figura incaica, ¿no?, de arcilla, y allí estaba incrustado toda la culebra, sería de unos... de centímetro por medio centímetro, era de este tamaño, las esmeraldas, ¡esmeraldas! Así que con esas esmeraldas, lógico, él no le vendió las figuras incaicas al Banco Central. A mí me mostró los pondos. Los dos tenían más de un metro. Me enseñó algunas figuras Incaicas. Me dijo: esto es lo que yo me he hecho quedar. El resto vendí al Banco Central. Un... más o menos sería como una media libra. Así tenía en un plato las monedas de oro. Dice: el resto ya todo fundí.


Como era joyero, le dije: -Don Miguel, eso... eso era mío, porque yo iba a sembrar el día lunes, y al sacar eso, ese entierro era mío, pero usted no supo ser amigo con su mujer. Yo pensé qué yo tenía amigos, pe-

ro no ha sido así. Ustedes me traicionaron-. Lógico, pues a mi marido le compraron el terreno a escondidas mías, y ya cuando pasó el tiempo, pues, el Miguel Cordero le obligó a que yo le legalice, a que le firme. Eso es lo que yo perdí en la esquina: ese famoso tesoro que se sacó el Miguel Cordero.


Pero no tuvieron buen fin. El cuñado se murió antes del mes de que sacaron. Se murió con esa enfermedad... con el antimonio.


El se murió, se compró una camioneta y había ido con un amigo al tiro al blanco, porque eran del club de tiro. Habían ido a pasearse un fin de semana, y se murió. Al regresar, como habían estado tomados, no

se dieron cuenta, en la carretera, que estaba un camión estacionado, y se metieron debajo del camión. El que vino manejando no se murió. Se murió el Miguel Cordero.


Y la mujer... ¡el fin que tuvo la señora! Hasta ahora vive, está pero inválida en silla de ruedas. Le dio un... ¿cómo es?... una embolia cerebral. Salió de eso, pero se quedó, la señora inválida. Hasta ahora vive en silla

de ruedas, pero inválida.


Esa fortuna se fue de mis manos.

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