El Tesoro de los Curas
- Ignacio Merino
- Jun 17, 2023
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Yo estuve casada más o menos unos dos años, y fuimos a vivir en la casa de San Sebastián, en la
casa vieja de los curas. Pero han sido curas riquísimos, fuimos a vivir allí, y resulta que desde el primer día
que yo estuve allí, se me pusieron los pelos de punta, porque era, en la madrugada, una bulla tremenda, parecía que tumbaban la casa.
Yo a mi suegra le digo: - Mami Lola, ¿oye? le digo - han entrado ladrones, ¿oye esa bulla?
-¡Ay, no mi hijita, duerme tranquila! - dice-, algún ratón ha de estar entre las cosas de los dueños de casa.
Bueno, pasó. Entonces, al día siguiente nos íbamos a visitar a mamá y como el Luis estaba guagüito, chiquito, los pañales del Luis Alberto yo colgué en el pasamano del... del departamento de los dueños de casa, así no. Cuando no vivían allí, yo era dueña de la casa. Entonces mi suegra dice: - yo veía una persona que se sentaba y se paraba, se sentaba y se paraba.
Y yo le digo a mi suegra: -Mami Lola -le digo - ¿se da cuenta? Vea allá al frente.
-¡Ay no, hijita! -dice- es la Luisa. La malcriada, para hacernos asustar, está haciendo así (teníamos una chica que se llamaba Luisa). -Le dice- Luisa, hasta yo regresar visitando a la señora Finita, vos me recoges todos los pañales que están allí.
Así fue. Nos fuimos nosotros donde mamá. Estuvimos de visita, regresamos. Y nosotros que regresamos, lógico, con la luz de luna, encontramos todos los pañales tendidos, de modo que yo pasé a recoger toda la ropita del Luis Alberto.
Mi suegra, bravísima, dice - ahora le doy una buena pisa a esta majadera que no sabe or lo que yo digo.
Le vio a la Aleja y dice -¿Dónde está la Luisa?
-Mamita, si está enferma. No ve que todo el día se pasa en cama porque está enferma. Ya mi suegra se quedó fría, porque; ¡bueno! - me dijo- esto si es otra cosa pues, ¡no?
Bueno, yo bordaba allí delante de una ventana. Yo bordaba y a medio día ¡Tac!...pasaba el cura por mi frente. Oyes, ya me tenía seca, el cura. Todito lo que hago….. cosa que yo veía el reloj y decía ¡no! Me iba a la cocina. A las doce en punto del día... el cura pasaba por delante... De repente se me pasaba el tiempo en
bordar... y ya pasaba, y me hacía... me hacía sombra a lo que él pasaba.
Bueno, yo me iba acostumbrando a eso, cuando una noche, una madrugada de un sábado, yo estaba bastante enferma, y me iba a venir a operar aquí, en Quito. Y mi Aleja se ha quedado a dormir hasta que
mi marido venga, pus a él le gustaba hacer fin de semanas. Todas las semanas era con los amigos. Llegaba a la madrugada a la casa, entonces, en vista de esto, mi suegra le ha mandado a mi Aleja a que me
acompañe, yo, yo me he dormido y ni siquiera le he sentido a la Aleja.
Cuando….. me despierto... porque ya no era lo mismo que sentir algo... algo helado así, y oí como que si un despertador sonara. Un despertador y este viento frío, helado. Me despierto, prendo la luz, y en el rato que prendí la luz, me di cuenta que la Aleja estaba allí, al pie de mi cama, acompañándome.
Mi hijita -le decía yo - ha venido a dormir a mi lado. Yo apago de nuevo la luz y ¿qué crees que me dicen?: "Dando cumplimiento a Dios, a la fe y a la doctrina, te aviso que a la cabecera de tu cama hay un entierro. Saca"
-Yo quería hablar, quería decirle y no pude. Era lo mismo que me hubieran metido en un balde de agua
fría, así, porque echo agua por todo el cuerpo.
Una voz me dijo: -"Oyeme bien. No te asustes. A la cabecera de tu cama hay un entierro. Saca" -. Y ya no me volvió a decir más nada. Pues, no. Pero yo perdí la voz medio día. Al medio día pude hablar. ¿Cómo me habría encontrado mi suegra, no?, que me dice: Manuela, ¿qué le pasó, por Dios, que le pasó? Está pálida, está blanca.
Entonces, no podía hablar, pues. Al medio día yo comencé a hablar, pero mi suegra me dice: -Hijita, escribe qué te pasó-. Yo le escribo en un cuaderno. Le digo pues, que... lo que le conté: que me había despertado oyendo esa bulla, ese frío que sentía yo, un frío, un helado horrible, y allí me dice: ."óyeme, no te asustes, dando cumplimiento a Dios, a la fe y a la doctrina, te aviso que a la cabecera de tu cama hay un entierro. Saca".
Bueno, después de esto, llegó mi marido. Cuando mi suegra estaba bravísima, porque él es irresponsable,
que no llega pronto a la casa, y me iba a morir. decía-, que me iba a morir yo, pues ¿no? Yo no podía hablar, estaba muda, lógico... eso me duró medio día, pero yo a ella, yo le avisé, pues, que yo oí la voz y to-
do. Y, a la Aleja, trataba de hacer que ella oiga. Le sacudía a que se despierte, y no se despertó la Aleja.
Bueno, pasó el tiempo. Él le había avisado a un amigo, al que sacó el entierro, porque cómo ya nosotros íbamos a vivir aquí entonces, ya ni modo, yo... yo traté de levantar, levanté la madera de la ventana (explica con gestos) porque las casas viejas, antiguas, tienen como... como mi ventana, tienen así, madera encima. Con mamá Lola, con mi suegra, levantamos las dos la... esa madera de la ventana y comenzamos a escarbar la tierra. Cuando en eso, a lo que escarbamos la tierra, encontramos una piedra plancha, así, y en eso había una cruz de bolas, unas bolas grandes, así eran, pero en forma de cruz, las bolas. Las bolas si saqué yo de allí, porque el rato que nosotros estábamos yendo a levantar esa piedra, ese rato llegaron los dueños de casa, golpeaban la puerta y tuvimos nosotros que volver a tapar eso y dejar allí, pues. Ya no sacamos nosotros, porque el entierro que me dijo, estaba allí clarito. Inclusive encontré la señal, pues. Bueno, entonces pasan unos dos o tres días, y ya me toca venir acá, pues.
Hasta el último que vine acá, el cura se paseó. Nosotros estábamos durmiendo en el suelo, porque todas las cosas empacamos, y todo. Sólo dejamos el colchón, o sea la cama, para dormir la última noche allí. Entonces, mi suegra, mi suegra, Mama Lola, ella sí dijo: _Esta casa fue de los curas, estos riquísimos millonarios.
El amigo del Rafael (mi marido) me dice: -No seas mala, avísame dónde te indicó -. Como ya iba a venir acá, entonces... -le dije. Él compró esa propiedad y justo sacó el famoso entierro de los curas. Él lo sacó, el Saúl T. Mora, que recién nomás se murió. ¡Claro... riquísimo! El entierro era todo monedas de oro y joyas, que se sacó.
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